BCCCAP00000000000000000000728

REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANCrELIO momento el escándalo, Nada puede oponerse a la obra liberadora de Dios: ni las costumbres, ni las tradiciones, ni el sábado, ni las prescripciones. Ha llegado el nuevo orden, la plenitud universal, donde los garantes del derecho público dan testimonio de que algo distinto está sucediendo. Llegan los nuevos cielos y la nueva tie– rra, donde habitará la justicia. El cielo y la tierra se juntan, la justi– cia se apoya en la voluntad salvadora de Dios; enfermedad, situa– ción social y transformación religiosa se entrelazan fecundamente. Desaparecen los cotos cerrados, los privilegios, los compartimentos estancos. La religión no será ya nunca el "opio del pueblo" para adormecer y entontecer a las gentes sin apoyatu– ras humanas; será, por el contrario, la fuerza que lo regenera todo, que lo iguala todo y hace que los hombres se hagan más solida– rios. En el libro del Levítico leernos: "El leproso debe llevar las ropas rasgadas y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: impuro, impuro. Todo el tiempo que dure la llaga quedará impuro Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada" (13, 45-46). El leproso es, pues, un impuro, un intocable que ha de vivir marginado de la sociedad. La salvación que promete Jesús está siempre relacionada con la igualdad; se asocia siempre a la justicia, a la compartición de bienes, a la libe– ración de cualquier atadura, de todo lo que oprime y esclaviza al hombre, sea de la índole que sea. En cada momento de la historia el cristiano, que posee una visión distinta de las realidades socio– lógicas, una fe que le exige vivir de otro modo, debe crear también formas nuevas de relaciones humanas. Éste es el significado extraordinario del milagro. La fe necesariamente debe reflejarse en un culto transido de compromiso social, en unos ritos que impulsan a la transformación del entorno sociológico. 112

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz