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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVAN(i-ELIO ción para entrar en el nuevo orden inaugurado por Jesús es la con– versión. La conversión es la respuesta vital y existencial a esa ale– gre noticia que ensancha el corazón: en Jesús aparece el amor increíble y sorprendente de Dios al hombre, a todos los hombres, cualesquiera que sea su condición social, el color de la piel o la intimidad de su corazón. Ese es el acontecimiento que hay que aceptar y por el que uno debe dejarse modelar y configurar. Fe y conversión se incluyen mutuamente. A continuación, en un segundo cuadro, el evangelista describe la llamada de los prime– ros discípulos como ejemplo concreto de lo que significa conver– tirse. La llamada de Dios llega a los hombres en su entorno corriente, en su puesto de trabajo, en la orilla del lago, en la vida cotidiana. El seguimiento de Jesús exige un generoso segui– miento, una transformación radical en la forma de ser, de pensar y de actuar. Pedro y Andrés abandonan las redes. Santiago y Juan "dejan la barca y el padre" Es decir, todo aquello que enraíza al hombre, lo instala y anquilosa. Se trata en definitiva de vivir con un nuevo sentido, de mirar con una nueva mirada, de enjuiciar la realidad en una perspectiva distinta. La llamada de Jesús no ins– tala en un estado, sino en un camino que tiene doble vertiente: la unión de Cristo ( "seguidme") y una carrera hacia el mundo ("os haré pescadores de hombres"). La segunda nace de la primera. Los discípulos no pueden vivir en un espacio separado, sectario y alienante. No pueden instalarse en la dulce apatía de brazos caídos hasta que llegue la hora de "ir al cielo", sino en el espacio ama– sado con "sangre, sudor y lágrimas", según la frase del célebre político inglés. Los cristianos actuales, para ser verdaderamente seguidores de Jesús, deben aceptar el desafio de comprometerse con la historia y transformar las realidades con la fuerza salvadora y liberadora del mensaje de Jesús. 108

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