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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVAN(j-ELIO demasiado ocupados en acariciar el paquete de nuestros insignifi– cantes regalos. Ahogamos el don supremo y liberador bajo una montaña de papeles de color, de juguetes, de chucherías, de quin– calla inútil, en vez de hacer de nuestras vidas una entrega sin reservas, seria y continuada. En el bautismo el hombre recibe la llamada de Dios para ocupar su propio lugar en la historia, para realizar una misión de paz, de justicia, de amor, estrechamente unidos al destino de Jesús. Segundo domingo de tiempo ordinario (Jn 1, 35-42) El pasaje del evangelio de S. Juan nos llega hasta lo pro– fundo del alma, porque refleja la postura del hombre de todos los tiempos frente a Cristo. Los discípulos de Juan, el Precursor, espe– ran con ansiedad el encuentro con el Cordero de Dios, es decir, con el representante último y definitivo de la serie de hebreos que pusieron sus vidas al servicio de Dios para liberar a su pueblo. Andrés y Juan abandonan al Bautista y siguen a Alguien de quien no saben dónde vive, cómo se llama o a qué se dedica. El paso que dan es el comienzo de un mundo nuevo, desconocido aún, pero deseado y anhelado. Ellos buscan algo distinto, porque viven insa– tisfechos con lo que tienen: "¿Qué buscáis?", les dice Jesús. Y esta inquietante pregunta nos la hace también a nosotros, hombres y mujeres de principios del siglo veintiuno. Sabemos nosotros lo que estamos buscando con nuestros inventos y aparatos electróni– cos, con la manipulación genética, con nuestra insaciable sed de dinero? ¿Qué buscáis cuando rezáis a los santos en las iglesias, cuando acudís al astrólogo, al curandero o al psicólogo, al médico o al vidente, al lector de manos y cartas? ¿Qué buscáis en vuestro gozo o en vuestra tristeza? Seguir a Jesús es sencillamente buscar lo esencial, buscar la respuesta satisfactoria al sentido de nuestra vida. "Maestro, ¿dónde vives?" Es decir, Maestro, ¿quién eres tú? 106

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