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Habíamos dejado a Clara instalada en el pobrec illo conven– tillo de San Damián con sus numerosas hermanas. Francisco las había dado unas normas evangél icas para su vida y así vi– vían alegres, conf iodos plenamente en la Divina Providencia que no las faltaba jamás. Vivían una experiencia de fe muy confortadora. Todas ellas han encontrado el atractivo supremo en Aquel que sabe cautivar los corazones generosos y llenos de ideales: iCristo-Jesús! , que era el Centro de su vida. Así con Clara y su grupo de almas orantes, se había dado origen a una nueva forma de vida en la Iglesia: la Orden de las "Hermanas Pobres", rama femenina del reciente franc iscanismo. Clara es la que anima aquel plantel escogido. Ella con sus enseñanzas trata de que no decaiga nunca el espíritu seráfico que reina entre las hermanas. El ejemplo y la doctrina de Francisco es para ellas como una senda viva que deben seguir, lo mismo en la pobreza que en las demás virtudes. Y para que este modo de vivir en pobreza y humildad nun– ca se les arrebatara, Clara se había apresurado a pedir al Papa Inocencio 111 el "Privilegio de la Pobreza", es decir, que jamás pu– dieran ser obl igadas o tener poses iones. Más tarde pudo obtener del Papa Gregorio IX la "confirmación" de dicho "Privilegio", firma– do en 1228. Ella instruye a sus Hermanas en lo que se refiere a esta altísima pobreza evangélica: - Observad que hay que poner constantemente la mirada contemplativa en Cristo Crucificado, cuyo anonadamiento en la Cruz, debe llenarnos de asombro. Es un vac iamiento y una expro– piación que dejará nuestro corazón plenamente disponible para llenarse de Dios, y Dios es la máxima grandeza, la máxima riqueza, pues Dios es la única plen itud. "Es un gran negocio y loab le, dejar lo temporal por lo eterno, ganar el cielo a costa de la tierra". 7
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