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Han pasado dos días desde que Inocenc ia IV aproba– ra y confirmara la Regla de Santa Clara. También había llegado de Florencia su queridísima herma– na Inés, que quería estar a su lado en esta hora suprema. Esta visita la dio gran alegría. Inés lloraba inconsolable y Clara le dijo con inmenso cariño: - No llores, hermana mía; Pronto se acabará ya mi destie– rro; pero no te dejaré, pues el Señor tiene dispuesto que muy pronto estemos juntas por toda la eternidad. - Qué consuelo tan grande es para mí esa revelac ión; -d ijo Inés entre lágrimas- iAh! Sin ti ya no sabría vivir en adelante. Clara va perdiendo fuerzas. Ahora quiere escuchar el re– lato de la Pasión del Señor. Allí están llorosos y contr istados Fray Rainaldo y Fray Ángel, compañeros de Franc :sco de la "pr imera hora", que t ienen a Clara como "la plantita tan querida del "Poverello" y espejo vivient e de su Regla. Ven que se va de este mundo y no pueden menos de llorar su pérdida. No falta a su lado Fray León, "la ovejuela de Dios", que, si no se separó de San Fran– cisco, tampoco puede dejar a la plantita: besa el lecho entre lágri– mas en que ella padece y va a mor ir. Estando así en la agonía, de pronto se la ve que habla y se la oye decir: "Parte en paz, parte segura, que tendrás buena escolta. Aquél que te creó... te santificó, e infund ió en ti el Espíritu Santo; y luego te ha cuidado siempre como la madre a su hijo pequeño". 29
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