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de esta madre excepcional es inminente y ya comienzan a sufrir el dolor de su ausencia. La santa las consuela con preciosas palabras de cariño y consejo: " Hijas mías amadísimas: Os bendigo en mi vida cuanto puedo y más aún de lo que puedo... pido a nuestro Padre celestial que os multiplique, que llenéis el mundo con vuestro amor seráfico y que permanezcáis sin cansancio en ese amor. Recordadme siempre, sien– do vosotras enteramente fieles a Dios y tratando de vivir las herma– nas en santa unidad y altísima pobreza, como lo habéis prometido. Os aseguro que nunca os abandonaré." Las hermanas lloran mucho, pues las parece que no van a sa– ber vivir sin la maternal presencia y vigilancia de una tan querida ma– dre y fundadora, a la que recurrían siempre con la mayor confianza. Ella era su apoyo y su consuelo en todo momento difícil. Ahora no se apartan de su lecho para recoger todas sus pala– bras y hasta sus gestos más sencillos. Parece que sólo sostiene su vida únicamente el deseo de ver con– firmada con Bula papal, la Regla que ella había escrito. Deseo que ve cum– plido, al firmar el Papa Inocencio IV la aprobación de su Regla, con la Bula Solet Annuere, en Asís el 9 de Agos– to de 1253. Clara la recibe y la besa con gran emoción y gratitud. Han de pasar aún dos días hasta el desenlace final. 28
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