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"Señor, protege Tú a estas sier– vas tuyas, pues yo no puedo defen– derlas en este trance" Y una voz de maravillosa suavidad se dejó oír diciendo: "Yo seré siempre vuestra custodia". "Mi Señor, -añadió Clara– protege también, si te place, a esta ciudad que nos sustenta por tu amor". Y Crist "Soportará molestias, mas será defen- 1 a por mi fortaleza". Entonces Santa Clara, levantando el rostro bañado en lá– grimas conforta a las que lloran diciendo: "Hermanas e hijas mías, con seguridad os prevengo que no sufriréis nada malo; basta que con– fiéis en Cristo". Sin tardar más, de repente, el ejército sarraceno huye esca– pándose deprisa por los muros que habían escalado, sin causar el me– nor daño ni al convento ni a sus moradoras. Tal fue el milagro de la fe y del amor de Santa Clara. El Papa Pablo VI nos dijo así a las clarisas en una alocución: "Proteged hijas amadísimas a la Iglesia y sostened el Cuerpo de Cris– to abrazando la Eucaristía, como lo hizo Santa Clara en su tiempo". Precioso encargo que tenemos muy en cuenta todas sus hijas que sa– bemos el amor que tenía Santa Clara a la Iglesia, y con ese mismo amor ardentísimo permanecía en la presencia de Jesús Sacramenta– do en larga oración. Así lo atestiguan las clarisas que convivieron con ella. Dicen que "cuando volvía de la presencia del Señor su rostro parecía más claro y más bello que el sol, y sus palabras transcendían una dulzura indecible al extremo que toda su vida parecía por completo celes– tial" (proceso de Canonización, IV, 4) 22

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