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Una hermosa mañana de primavera se presentó en el con– ventito de San Damián un mensajero. Era un fraile, fray Maseo, enviado por San Franc isco con ur recado urgente: "Hermana carísima Clara: quiero que ores ante el Señor para que Él te haga saber qué es lo quiere de éste su po– bre siervo: ¿Quiere el Señor que dedique mi vida a la oración y contemplación, que tanto me atrae, o quiere que predique de cuan– do en cuando a los hermanos?" Francisco esperaba con gran ansiedad le respuesta de Cla– ra. Ella se puso inmediatamente en oración y con toda atención escuchó la inspiración del Espíritu del Señor, que una vez conocida pudo comunicársela a Fray Maseo: "Esto dice el Señor, para que se lo comuniques a Fray Francisco; que Dios le ha llamado a la predicac·ón, y debe ejerci– tarla para que haga fruto y se salven muchas alnas por él". Fray Maseo regresaba muy contento con la respuesta de Clara, que, por cierto, comprobó ser idéntica a la que antes había recogido de Fray Silvestre. Llegó al encuentro de Francisco, quien le dijo con gran interés: - "Vayamos al bosque y allí recibiré de rodillas la respuesta de lo que me manda hacer mi Señor Jesucristo". Fray Maseo le explicó que la respuesta de Jesucristo ben– dito había sido la siguiente: - "Es a saber: quiere que vayas a predicar el Evangelio, y lo enseñes por los pueblos y ciudades para la sc.lvación de muchas gentes". Entonces Francisco, levantándose enfervorizado y enarde– cido por la virtud del Altísimo, dijo a Fray Mas~: "iVamos, pues, en nombre del Señor!' 9

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