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Ya veis que esta es nuestra vivencia diaria. ¿No sentimos una gran confianza al escuchar al Divino Maestro aquella bellísima página evangélica (Mt 6, 26-34)? /1 ~o os in'luietéis por vuestrA vi.tA oi por vuestro cuerpo...il!)irA.t cómo lAs nves .«el cielo oo siembrAo oi sie9Ao oi tieoeo grAneros, !I vuestro 1'JA.tre CelestiAl lAs AlimentA. ¿~o vAléis vosotros mÁs 'lue ellAs? il!}irA.t los lirios .«el cAmpo cómo crecen: oo se fAfi9An ni hilAn. Y o os .tigo 'lue ni ,SAlomón eo to.tA su gloriA se vistió como uno .te ellos... ~o os preocupéis, pues... bien sAbe vuestro 1'JA.tre Celestinl 'lue .te to.to eso tenéis necesi.tA.t... v Con estas y otras exhortaciones parecidas, las Hermanas vivían ya lo que Santa Clara más tarde escribirá en su Regla: "Nada se apro– pien las hermanas, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinas y forasteras en este mundo, sirvan al Señor en pobreza y humil– dad.." (Cap. VIII) . Todas en pos de Clara se habían entregado con tal entusias– mo a Jesucristo en este género de vida, que aún las cosas más des– agradables y odiosas, como son la pobreza, el trabajo, las tribulacio– nes, las ignominias, el desprecio del mundo, dice la misma santa, que las tenían por "grandes deli– cias". iQué desprendimiento tan admirable! Así podían repetir con su Padre San Francisco: "iDios mío y todas mis cosas!" Esta breve oración francisca– na sintetiza admirablemente este ideal. 8
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