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tido de que puede decidirse, determinarse y actuar por sí mismo. En el ejercicio de su libertad se descartan todas las formas de la violencia y de la coacción ex– terna e interna. Con todo, hay que aclarar que la auto– nomía de la libertad no es absoluta: por encima de la conciencia personal y de la libertad están los dere– chos divinos que el hombre recto debe acatar. Lo dice expresamente el Concilio al hablar de la "dignidad de la conciencia moral": "En lo más profundo de su conciencia descu– bre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es ne– cesario, en los oídos de su corazón advirtién– dole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello• Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia con– siste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente". (lbid., n. 16). La libertad es una espada de dos filos. Se puede usar para el bien y para el mal. La libertad explica to– do lo grande y bello que se ha hecho en el mundo, pe– ro explica también todo lo feo, innoble e inhumano que han llevado a cabo los hombres a lo largo de la histo– ria. El hombre libre es capaz del heroísmo y de la san– tidad y, puede al mismo tiempo, degenerar hasta las oscuridades del crimen. La dinámica de la libertad enfrenta dramática– mente a las fuerzas del ..bien y del mal. En el corazón del hombre se establece este furibundo combate en– tre el hombre nuevo y el hombre viejo, entre la luz y 95

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