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de armamentos" pisa el acelerador y cada vez son más los países que construyen proyectiles atómicos. Todavía hace poco tiempo el P. Foucauld pedía a las naciones poderosas aviones y barcos inservibles que solucionarían un problema benéfico-social y no se los dieron. Los bienes del mundo son de Dios que los ha creado "para todos". El respeto a los derechos divinos exige una repartición más justa de estos bienes. Como decía el Papa Juan, lo que se gasta superfluamente en– tre los ricos -personas y pueblos- es un "robo" que se hace a los pobres. Resulta, pues, intolerable -que se "queme" la cosecha del café o se eche al mar para estabilizar los precios, -que se "quemen" toneladas de trigo cuando en la mesa de la humanidad hay gente que no tiene pan, -que se echen a los peces cargamentos de pláta– nos mientras los niños se mueren de hambre, -que se almacenen ingentes mercancías cuando la gente pasa necesidad. El hombre tiene derecho a una vida digna de la persona humana. Tiene derecho al pan de cada día, pero esto es poco. No se puede llamar honradamente vida digna por el mero hecho de no morir de hambre o tener lo necesario para ir "malviviendo". La vida dig– na es incompatible con la miseria en todos los órde– nes de la vida. Podríamos denunciar 84 -el "chabolismo", que es casi lo mismo que vivir a la intemperie, en un cajón de chatarra y de car– tones que deja colar el frío y la lluvia,
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