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La perfecta obediencia no se restringe a cumplir lo mandado por la regla o por los superiores. Se da deliberadamente un amplio margen a la "inspi– ración del Señor" y a las iniciativas personales, pero siempre dentro del cauce de la total entrega que supone la obediencia. Las relaciones autoridad-obediencia deben des– arrollarse en el clima evangélico del respeto mu– tuo, del mutuo estímulo, de la cortesía, de la deli– cadeza y de la fraternidad. La comprensión que se exige a los superiores rebasa los niveles de la convivencia normal para convertirse en un gozoso y responsabilizado clima de familia. Los frailes han negado las propias voluntades. Los superio– res tienen que dar cuenta a Dios del alma de sus súbditos. La rebeldía y 1a arbitrariedad quedan igualmente descartadas en un proyecto de vida que se dispara suave y tensamente a Dios en cada instante. -La lealtad al mundo ha de entenderse como un testimonio vivo del Evangelio. Hay que ir al mundo y entenderlo amorosamente, pero sin mundanizar– se ni aseglararse. La única razón de ser del fraile en el mundo es directa y exclusivamente apostó– lica. Por eso debe cuidar hasta los últimos deta– lles en las palabras -"examinadas y castas"- y sobre todo en el comportamiento. Cuando vayan por el mundo han de causar impacto por sus bue– nas formas en la convivencia -sean benignos, pa– cíficos y moderados, mansos y humildes, y hablen honestamente a todos-. Y, sobre todo, deben evi– tar los conflictos, las contiendas, las discusiones y los juicios peyorativos. 69

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