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dad incondicional a la Iglesia, jamás desmentida ni por las palabras ni por los hechos. Ni en su obra ni en su vida hay nada que pueda confundir– se con una denuncia profética. Sabe que dentro de la Iglesia hay fallos, lagunas y pecados. Sabe que los sacerdotes no están siempre a la altura de su ministerio pero no quiere considerar sus pecados... -Los ministros deben ser servidores de sus herma– nos. Pero en su tarea de servicio se les exige vi– gilancia, corrección fraterna y hasta el recurso a las penas canónicas, por razón del pecado, ni más ni menos. A los súbditos se les apremia a que re– cuerden que "por amor de Dios negaron las pro– pias voluntades". Lo que equivale, sin camuflajes de ningún género, a la renuncia expresa de dere– chos que hoy se consideran intrasferibles e irre– nunciables. La visión franciscana de la obedien– cia lleva al despojo total de la propia voluntad. El súbdito no puede "ir ni hacer" contra la voluntad del superior. El desprendimiento llega hasta el punto de "renunciar" a hacer lo que piensa perso– nalmente que es mejor y más ventajoso para su alma cuando el superior manda otra cosa. 68 Claro que en el mismo texto de los "Avisos. espi– rituales" se canoniza la obediencia responsable abriendo una puerta ancha a la iniciativa perso– nal: ... "Y es verdadera obediencia cuando todo lo que hace o dice el súbdito, siendo cosa bue– na, en cuanto comprende él, no es contraria a la voluntad del superior". (111, BAC, p. 41)
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