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más amplios horizontes a una obediencia más lumino– sa, más humanizada y más activa. Pero queda siempre en pie el principio de obediencia. Las democracias más avanzadas tienen su Presidente. Está bien la aper– tura que facilita un complejo de relaciones interperso– nales y de actividades en equipo con un sano espíritu de renovación y de colaboración. Pero la anarquía lle– varía siempre consigo el peligro de ruptura y de tergi– versación. Esto sucede cuando el súbdito quiere salirse siem– pre con la suya, anteponiendo los "intereses creados" de ambición personal o de intereses de grupos de pre– sión a la recta comprensión del bien común. Sucede igualmente cuando el súbdito vive por su cuenta, ad– quiere compromisos al margen de la vida comunitaria y se desgaja deliberadamente del programa del grupo en el que está injertado. Los principios básicos sobre el tema "autoridad– obediencia" reciben una luz nueva a nivel eclesial. To– do cuanto se ha dicho puede aplicarse a las relaciones superior-súbdito dentro de la Iglesia, pero con unas salvedades que convierten la simple obediencia dentro del orden en una obediencia "religiosa". Ni que decir tiene que el calificativo "religiosa" no supone una re– baja del pluralismo rectamente entendido. Los superio– res tienen una misión de servicio humilde, cortés y ca– ritativo. Deben ser veraces, nobles, abiertos, compren– sivos y fraternos. Todo esto es verdad, la autoridad eclesial es un oficio y un servicio de amor. Con todo, hay que salvar unos cuantos princ1p1os fundamentales para no falsear el contenido y el alcan– ce de lo que se viene llamando "progresiva democrati– zación dentro de la Iglesia". 62
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