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Al cambiar las condiciones de vida tienen que cambiar también en la debida proporción los modos de evangelización. De este modo se evitará a tiempo el divorcio entre la religión y la vida. No se puede seguir la rutina de unos métodos que conservaban toda su vi– gencia en un ambiente rural con los que ya no viven en un ambiente rural. En tiempos, pudo ser suficiente la buena voluntad de un párroco aldeano celoso que conocía personalmente a cada uno de sus feligreses. Casi no hacía falta a más de este contacto humano, la homilía dominical. Hoy se exige desplegar todos los resortes de la sicología, de la pastoral y de la sociolo– gía para conocer al grupo humano y luego planificar el apostolado con garantías de eficacia. Y esto da una medida de la necesidad y de la pro– fundidad de los cambios. -no es cuestión de recortar unos centímetros al há– bito, -ni de suprimir las citas en latín quedando el ser– món o la homilía en un lenguaje incomprensible para el mundo moderno, -ni de permitir que lea una mujer las lecturas bíbli– cas, -ni de poner el altar de cara al pueblo. La cuestión de fondo es otra: hay que cambiarse de tal modo "por dentro" que se pueda decir, con sin– ceridad y con verdad, que nos hemos hecho todo para todos para ganarlos a todos para Cristo. Y cambio in– terior equivale a cambiar la mentalidad y el corazón. Lo demás viene por sí sólo. 46

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