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de aceleración, que "apenas es posible al hombre seguirla". (Si apenas es posible seguir el curso acele– rado de la historia, suponiendo el máximo es– fuerzo, ¿cómo podrá seguirla quien delibera– damente se rezaga?) Y, ya directamente en el terreno de lo moral y re– ligioso, se afirma de un modo rotundo que -"las instituciones, las leyes, las maneras de pen– sar y de sentir, heredadas del pasado, no siempre se adaptan bien al estado actual de cosas". (G. S. expos., prelim. 7) La interpretación "minimalista" es un pecado con– tra la historia y contra la vida misma. La primera con– dición para actuar con dignidad y decoro es conven– cerse de que vivir cómodamente "instalados" -por añoranza, por sentimentalismo o por lo que sea- en un mundo que ya no existe es desertar cobardemente de los compromisos cristianos en el mundo que nos toca vivir. Peor o mejor, no se trata de esto. Lo impor– tante es que es "nuestro mundo", providencialmente querido para nosotros. Y hay que conocer este mundo, como dice el Concilio, "no para juzgarlo sino para ser– virlo". "Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspi– raciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza". (G. S., expos. prelim. 4) Los cambios profundos en el orden científico y técnico repercuten de un modo claro y notable en el 44

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