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cesarios. Lo accidental, desde esta visión acotada y superficial de la renovación, son algunas cuestiones de tipo disciplinar, ciertas costumbres que ya no van con los tiempos, ciertos horarios menos oportunos pa– ra las necesidades del hombre de hoy. Por otra parte, hay problemas que no afectan a lo esencial del mensaje ni en el dogma ni en la moral, pero tienen un gran valor de cara a conservar o ro– bustecer la propia identidad cristiana o religiosa. Y en tal caso, los cambios no serían aconsejables. Por ejemplo, el hábito religioso no es esencial, ya que "el hábito no hace al monje", pero continúa siendo un testimonio vivo de sacralización. En una época tan "desacralizada" como la nuestra, los signos de consa– gración tienen un valor extraordinario de denuncia del materialismo ambiental y de testimonio de los bienes eternos. Contra esta postura "minimalista" está la llamada urgente a la renovación de parte del Concilio y de la Iglesia que invitan a un cambio más profundo. No se trata de recortes superficiales o de acomodaciones ac– cidentales ya que esto no respondería, en modo algu– no, a los cambios profundos, a la metamorfosis total que ha experimentado la faz del mundo moderno. El camino es otro: -el curso de la historia -acelerado, rápido, vertigi– noso- es "un desafío al hombre que le obliga a responder". (Y ¿cómo puede responder a este hombre de hoy quien deliberadamente vive en el pasa· do?) -la propia historia está sometida a un proceso tal 43

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