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"encarnarse en su tiempo", en los problemas de sus hermanos los hombres. Se ha dicho autorizadamente en el Concilio Vaticano II que "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las an– gustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo". Pero esta teología de "encarnación", que no con– ceptúa extraños ningún problema ni ninguna situación verdaderamente humanos recibe su fuerza de la teolo– gía de la "transcendencia". Por eso el Concilio pasa a continuación a iluminar con la luz de Dios los proble– mas más serios del d~stino temporal y eterno de la humanidad. De otro modo, el cristiano puede buscar soluciones en una línea horizontal puramente humana y, si pierde de vista la "transcendencia'', puede con– vertirse al mundo con grave peligro de "mundanizar– se". La Iglesia no puede aislarse del Mundo si no quie– re que el mensaje de salvación se quede en las nubes. Iglesia y Mundo pueden beneficiarse en una colabora– ción leal mediante el intercambio de valores, ya que -en definitiva y dentro de su propio ámbito- las dos sociedades están al servicio del pueblo. La Iglesia puede recibir del Mundo una ayuda "múltiple", según el Concilio. El Mundo presta a la Iglesia, en concreto: -la experiencia del pasado, -el progreso científico, -diversas culturas, -el lenguaje y los conceptos, 33
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