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los tiempos por acumulación. ¿Por qué no colaborar a este enriquecimiento con la aportación de estructu– ras nuevas? De acuerdo con que hay que conservar "íntegro" el depósito revelado. Lo que no se ve claro es por qué la conservación del credo del pueblo de Dios va a estar reñido con una constante y enriquecedora renovación de las for– mas. No se puede negar la más leal fidelidad a la Igle– sia en figuras de la alta calidad intelectual y humana de San Agustín, de Santo Tomás, de San Buenaventura, por una parte o de San Juan Sosco y Juan XXIII, ya en nuestro tiempo. No obstante, todos corrieron el ries– go de las experiencias nuevas en el campo del pensa– miento, de la teología, de la enseñanza y de la vida. De acuerdo también en que hay que "renovarse o morir", pero sin impaciencias perturbadoras, sino con sabiduría, sin dar pasos en falso o trallazos al viento. Y con una actitud sincera que afronta los problemas en profundidad y con realismo. El "cambio de estruc– turas" se quedará en un monótono y aburrido "bla, bla, bla" demagógico si no viene exigido por un compro– miso serio de conciencia de cambiar previamente de vida. En las más diversas estructuras ha habido siem– pre santos y en las estructuras más favorables, la ma– yoría no han sido santos. Esto no es hacer de menos a las estructuras sino asignarles el papel que les corresponde. Las estructu– ras ·del mundo pagano eran, en comparación, tan frá– giles como las de ahora, lo que no impidió que el cris– tianismo consiguiera imponerse por su intrínseca fuer– za expansiva. Y logrará hacerse camino hoy y mañana 31
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