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de situación" que cava en su misma base la sepultura de los valores absolutos de la moral perenne. La fidelidad a la Iglesia les obliga a aceptar "ín– tegramente" el magisterio eclesiástico en el sentido tradicional. Conceptúan la contestación como una for– ma innoble de desobediencia a la Iglesia. La última pa– labra es siempre de la Iglesia y de Pedro. El Papa es infalible "personalmente" por voluntad expresa de Cristo y no necesita consultar a los teólogos ni al pue– blo cristiano porque su autoridad le viene de Dios. La Tradición es también junto con la Revelación fuente de la fe cristiana. Las sanas tradiciones enrique– cen acumulativamente a la Iglesia y deben ser cuida– dosamente conservadas. Prescindir de ellas es puro arqueologismo empobrecedor. Es como si se intentase derribar las catedrales para refugiarse de nuevo en las catacumbas. Las conclusiones de este ideario son igualmente lógicas: 1. El depósito de la fe ha de ser íntegra y fielmen– te custodiado. 2. El estado ideal cristiano debe ser "confesional" porque así puede crear condiciones favorables de ambiente para mantener pura la fe e inconta– minadas las costumbres. La independencia se logra cuando el Estado y la Iglesia persiguen el bien común dentro de la esfera de sus atribucio– nes y se da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. 3. La teología y la filosofía "perennes" nos ofrecen, hoy como ayer, una doctrina segura y válida. Y 27

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