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se trata de "etiquetar" a las personas y esto por razo– nes varias. Se da el caso de hombres egregios que fi– guran en la vanguardia de la exégesis bíblica, de la investigación científica de los orígenes del Cristianis– mo, de la doctrina patrística que son calificados como "integristas" porque mantienen posturas conservado– ras en materias de dogma y de moral o porque se en– cuentran a gusto con el "orden establecido" tanto en política como en disciplina religiosa. Este fenómeno, que resulta lógico desde una óptica de responsabili– dad personal en los grupos moderados, es incompren– sible para el grupo "ultraprogresista" que no compren– de las posturas de vanguardia que no desemboquen en la "contestación" o en el "compromiso temporal". Con todo, donde el pluralismo adquiere su máxi– ma diversificación y relatividad es en el centrismo. ¿Qué es el centro? ¿Dónde está el justo medio entre el "ultraprogresismo" y el "ultraintegrismo", entre la rup– tura contra todo tiempo pasado y el culto excesivo o el estancamiento en costumbres, tradiciones y usos de otras épocas? ¿Dónde está la tierra firme entre la "des– mitificación" que despoja a la religiosidad popular de todo contenido válido por pensar que viene lastrada de superstición y de ignorancia y la admiración incondi– cional por la piedad del pueblo que se considera la ex– presión más sincera y auténtica del sentimiento religio– so y, por lo mismo, intocable? Y ya en una línea de praxis pastoral, ¿dónde está el justo término medio en– tre la piqueta "iconoclasta" que derriba todas las imá– genes de los santos y no permite en el templo más que la lamparilla que alumbra el Sagrario -y esto única– mente durante la celebración de la Eucaristía- y la proliferación de imágenes de la Virgen y de los san– tos? ¿Dónde está el término medio entre la fobia a to- 13

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