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pesimismo -vistas las cosas humanamente- no sólo es una actitud razonable, es la única actitud ser.ia y realista en esta hora. Y, sin embargo, hay que rehuir y descartar el pe– simismo como una tentación desintegradora que se opone directamente a la esperanza cristiana. La tarea más urgente es buscar y ofrecer al mundo de hoy "ra– zones para vivir, gozosa y responsablemente el com– promiso y la vocación". Hay que partir de la base para presentar con veracidad y realismo a la juventud un modelo evangélico de los seguidores de Cristo, capaz de convencer y de arrastrar. Sólo Dios puede realizar el "milagro", pues a pe– sar de los momentos críticos por que pasa la vocación, El puede llamar a quien quiera. Desde la perspectiva de la fe hay que rehabilitar la "figura" del hombre de Dios que, dentro de la pluralidad enriquecedora de op– ciones y comportamientos, se mantenga en los límites de la fidelidad a la llamada de Cristo. El esquema descriptivo que nos da San Pablo del sacerdote es tan flexible, tan integrador y tan amplio que caben en él los programas más ambiciosos tanto en el plano de la santidad personal como en el de la acción apostólica. Lo que hace falta salvar es el míni– mo indispensable en las líneas madres de la "identi– dad": -un hombre. Se exige una madurez personal. Mien– tras más personalidad, mejor. El hombre de Dios tiene que empezar por ser hombre en toda la ex– tensión de la palabra: comprensivo, veraz, since– ro, leal. Un hombre "experto en humanidad", que sepa de– tectar los signos de los tiempos, que sepa hablar 147

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