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embargo, se .da el caso de que las regiones de más al– to porcentaje vocacional no son las más pobres ni mu– cho menos. Y lo que es más curioso aún, dentro de las zonas que más vocaciones han aportado, éstas han brotado en las familias, si no pudientes, por lo menos desahogadas económicamente. Tampoco convence del todo el argumento si pen– samos que la crisis vocacional afecta no sólo a los me– dios rurales, sino también a la pequeña y a la gran ciu– dad. Si hemos de dar fe a las estadísticas, Madrid ha sido un vivero permanente de vocaciones sacerdota– les y religiosas, sobre todo en sus capas urbanas me– dias ·y modestas. Y lo mismo sucede en otras ciudades de dentro y de fuera. Si la clase media y modesta no ha desaparecido -antes bien, se ha incrementado– habrá que buscar las razones de la crisis por otros ca– minos. Y, efectivamente, se ha hecho y con un sentido de concretez y realismo, recalando en motivaciones creo que mucho más convincentes, como serían, entre otras: 1.ª El "cuestionamiento" en raíz de la vocación, an– tes aludido. ¿Tiene sentido hoy la vocación? ¿Merece la pena ser sacerdote o religioso? 2.ª La crisis de "identidad". Se va difuminando y es– fumando el sentido de la vocación. ¿Cuál es la razón de ser de la vocación? Esta es una cues– tión decisiva que incide en la primera de un mo– do positivo o negativo. Se presentan nuevos "mo– d,elos" del sacerdote y religioso que no conven– cen o se presenta la figura "clásica" que para muchos no responde a las exigencias de los tiempos. 145
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