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dentes en un lugar sagrado como es la igle– sia. El sacerdote abusa de su posición cuan– do convierte el púlpito en una tribuna para un mitin, -una función de oratoria "sagrada" que no di– ce nada al hombre de la calle ... La denuncia es grave por lo frecuente y califica– da. Una pena, ya que la homilía es la única oportuni– dad de ponerse en contacto con la mayoría del pue– blo creyente que no asiste, por norma, ni a ejercicios ni a semanas de formación espiritual ni a conferencias cuaresmales ni a retiros. La responsabilidad es tre– menda cuando se piensa que se deja pasar la ocasión de evangelizar, de formar criterios cristianos, de dar juicios cristianos de valor. Estamos en un momento crucial de la historia se– gún todos los síntomas. La tarea urgente del sacerdo– te es formar en la fe, con una predicación directa y apremiante del mensaje evangélico con fidelidad, va– lentía y audacia. Hay que presentar el mensaje con fi– delidad y autenticidad como lo predicaron los apósto– les. Hay que presentar con fidelidad y entusiasmo al Dios vivo, a Cristo Crucificado y al Espíritu Santo. El hombre necesita hoy más que nunca una for· mación recia de la fe y exige la presentación íntegra -sin rebajas ni mutilaciones- de los misterios y dog– mas· del Credo del Pueblo de Dios. Es un fraude esca• timar las verdades fuertes y permanentes de la moral cristiana para "no herir ni lastimar" los sentimientos del hombre de la calle que se ha convertido a sí mis– mo en árbitro autónomo de la moralidad. ¿Será verdad que hemos perdido la confianza en el poder de atracción y arrastre del Crucificado? ¿Se- 127

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