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De momento, la renovación va por buen camino. No obstante, una revisión pastoral a fondo, encuentra graves fallos a los que se está buscando la solución adecuada. Las encuestas que responde -o no respon– de~ el pueblo cuando se le concede la oportunidad de opinar ponen el dedo en la llaga y dan la medida de la escasa colaboración por los motivos más diver– sos. Posiblemente, la inhibición del pueblo se debe con frecuencia a que se le han impuesto "por decreto" unos usos y costumbres con los que no se solidariza porque los considera extraños. Teniendo en cuenta la opinión de las "encuestas" y poniéndose a tiro de las críticas del pueblo, nos en– contramos con las siguientes pegas, marginando otras de menor importancia: -La misa "no nos dice nada". Cierto que se ha des– mitificado en parte y que se ha hecho más com– prensible al decirla en las lenguas nativas. Pero no se trata de eso: no estamos acostumbrados a un lenguaje arcaico que no tiene nada que ver con el que habla normalmente el pueblo. Se siente una sensación incómoda de lejanía y de "extrañamien– to", cuando la misa debería vincularnos a la vida. Al salir de la Iglesia se nota la distancia entre el lenguaje y la problemátáica de la liturgia y la vi– da misma. Esto es fatal porque provoca un divor– cio entre religión y vida. El Evangelio debe ser "norma de vida", debe en– troncarse vitalmente con el quehacer diario para darle sentido de Dios. Pero resulta que, con hon– rosísimas excepciones, la homilía suele ser: -una repetición "histórica" de los pasajes del Evangelio, dicha sin novedad ni. convicción, 125
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