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quieren relativizar con pretextos más o menos engañosos". El magisterio ha proclamado con energía y auda– cia que la verdad no es "cuestionable", que hay verda– des inmutables en su credo, absolutamente intangi– bles. Y estas verdades intocables de una vez para siempre son los dogmas. No se trata de autoritarismo o de intransigencia, sino de un deber inexcusable de "coherencia, fidelidad y claridad". La Iglesia impugna, al mismo tiempo, con todas sus fuerzas el fenómeno de la contestación, esa moda funesta de oposición abierta, de crítica demoledora y de ensañamiento crítico. Y lamenta, sobre todo, que esas voces destructoras, que provocan la disensión, la división y la ruptura griten "desde dentro de la Igle– sia". Es triste pero es la verdad: para escuchar una crí– tica tan despechada y hostil en sus formas habría que repasar los textos de los anticlericales más furibundos de otros tiempos. Lo lamenta amargamente, reiterada– mente Pablo VI. Según datos fidedignos, en ciertos sectores de fuera y de dentro del país, no sólo se cuestionan sino que se niegan abiertamente varios dogmas. De un mo– do encubierto se niegan muchos más. Y sacando to– das las consecuencias lógicas del relativismo y otras doctrinas foráneas, se tambalearía en su misma base todo el Credo del Pueblo de Dios. En cuanto a exponentes modernos, como la teolo– gía de la liberación cabe preguntarse seriamente si se trata de teología o de simple antropología. La mixtifi– cación ideológica es tan confusa, los horizontes son tan naturalistas, los procedimientos tan extremistas que no queda sitio para una verdadera teología. Por 118
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