BCCCAP00000000000000000000726

de todas las nacionalidades; con artistas, músicos, li– teratos y hombres de ciencia; con hombres de carác– ter bonacible y con otros de un genio alborotado; con universitarios y con labriegos; con hombres de la alta aristocracia y con peones de la gleba; con gober– nantes, hidalgos y soldados. Esta historia de la pluriformidad que es la hagio– grafía nos demuestra que el Evangelio puede ser vivi– do y encarnado en .cualquier situación por cualquier clase de hombres. Lo decisivo es "tomar en serio el Evangelio". Con Cristo al volante, la santidad puede tomar forma en el desierto que se puebla de ermitas, en las faldas de los montes que se convierten en mo– nasterios, en la capilla retirada que se convierte en convento, en el mismo camino que se llena de peregri– nos y de hostales de caridad, en las cuerdas de un ins– trumento musical que hace brotar en el alma ansias de infinito. Con Cristo al volante queda atrás la vida pasada e igual se acaba predicando el Evangelio a los sarracenos que cuidando a los leprosos. Quedamos, pues, en que la· divina aventura de la santidad se realiza de un modo pluriforme. Y esto por dos razones especialmente. La primera tiene su base en Cristo, quien, por su plenitud humana y su infinitud divina, se adapta a infinidad de formas de interpreta– ción y de vivencias cuando el hombre intenta reencar– narlo en su vida. Cada santo intenta vivir a su modo -según su peculiar visión del Evangelio- aspectos de la vida de Cristo que le resultan más admirables o significativos. El especial relieve que se da a un as– pecto concreto de la vida de Cristo configura incluso externamente -socialmente, diríamos hoy- la santi– dad. La identidad social, por ejemplo, de un San Vicen– te de Paul se asocia espontáneamente a los pobres. 9

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz