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A la vuelta de la esquina, el difamador viscoso lo delata como Judas al Maestro. El delator cobra las monedas de su infamia con una puntuación mercantil de monedas y con una subida en la consideración social del grupo de de los enemigos de su Maestro. 11. En el proceso contra el justo, se han presentado a declarar contra Cristo testigos falsos, compra– dos para el caso. A ia hora de cargar con las responsabilidades, el autor material del hecho es menos culpable que quienes organizan y dirigen la farsa del crimen. 12. En la mesa redonda de la difamación se acusa al inocente de pecados que no ha cometido. En– tre los presentes hay testigos oculares de la ino– cencia del difamado. En este caso, el testigo de la inoc~ncia que no sale en defensa del acusado es culpable porque se hace cómplice de la injusticia que tenía obli– gación grave de remediar. Esta lista se haría interminable si cada uno conta– ra sus propias experiencias y las ajenas. Basta el mues– trario expuesto para ver hasta qué fondos de vileza y maldad puede degenerar el hombre y para detectar la amargura que entristece a las almas grandes, víctimas de la envidia y el ensañamiento. La sociedad que cae en las redes de la difama– ción, de la calumnia, de la maledicencia y de la detrac– ción está al borde de la ruina. Desde el punto de vista moral, estos pecados son gravísimos y exigen como condición previa para su perdón la devolución de la fama y la retractación del 106
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