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y las dominaciones. Desde el altar hasta las constelaciones, más allá y más adentro en nuestro espíritu todos hermanos, adorando felices. ¿ Cómo no besar el altar conjurándote, Padre clementísimo, por tu Hijo, ya encarnado para que nos colmaras de tu Gracia? Y esparcías, oh Padre, tu camino sobre la faz materna de la tierra, mientras en nuestros corazones palpitaba gozándose el Espíritu. ¡Cuán grata es la compañía de la asamblea fiel! Un tenue aroma humano y cosmético, junto con el de los cirios e incienso y el íntimo revuelo de plegarias, de memorias, de ausencias e interés aunaban a tu pueblo en compostura, música y silencio. Nuestra oración urgía así: =< ••• y por este mismo Espíritu santifica, Señor, estas ofrendas para que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo nuestro Señor.» 94
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