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yo, buen ladrón, que Te secuestro y pido un paraíso; y Tú, mi Dios inerme y triste, me lo abres al romper tu corazón. Y luego, que me invada el gran silencio en que mis voces nadie oiga, sino Tú, y el ara de tu altar. Del pan de nuestro exilio nos amasaste el gozo, de suerte que ya somos especies de Ti mismo, y cada comunión es la delicia de una cita de amor de sobremesa. Eres mi Dios, intriga y aventura inagotables, íntima y brusca claridad, complicidad en el secreto, sed y muerte en la cruz, resurrección constante, sabrosa realidad, amor con veleidaies: mi teologal romance. 75
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