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e hiciste de labios, manos y pecho santuario en el que oficias. Quisiste ante tu altar, entre querubines y serafines, los rumores del orbe: el sí de hombre y mujer: -tu altar, su primer tálamo- Tu reservaste manos de poetas y de obispos, manos humildes de ideal, que crean jerarquía y Te hacen, eucarístico, a Ti mismo. Luego las crucificarías, como las de tu Hijo, como si hubieran pecado por haberte tocado, expuesto, entregándote al pueblo. El aceite de nuestras flores embalsama muerte y pecado hasta perder olfato y vista, gusto, tacto y oído con que se delinque. Inertes los sentidos, aguardan tu dedo de oro para resucitar. Mas Tú, Jesús, con crismas y con agua, hálitos y confesonarios, en cruces y custodias eres la misma Gracia. 50
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