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Nos dobla la rutina de un oficio de más que semidioses para quedar en amadores deleznables. Herrumbre del amor es la rutina, y sólo amor puede salvar su brillo con humilde constancia. Con ella, pues, Jesús, yo te diría: Vales la pena de mis penas. Mira: vales el tedio de mis soledades. Vales mis últimos adioses y saludarte ya del todo en tu ribera, donde aguarda, Capitán, tu barco para estrenar el cielo con tu brisa. 27

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