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PRESENTACION He aquí un libro puro; he aquí un hombre poseído por la pureza. Una pureza activa que cada día visita a su favorecido y lo hace en nombre de Dios. Aquí leemos la palabra del hombre como sucesión de la palabra di– vina; la voz estremecida que a cada instante se presenta como una alegría del heredero. He aquí al poeta. Fray Mauricio de Begoña es el heraldo del verbo, el transmi– sor de un regalo q:.ie le ha sido dado en plenitud y en sacrificio. En un poeta verdadero se salvan siempre la novedad y la eternidad de los principios. De aquí que haya en él una nutricia luz crepuscular, una claridad mirando al niño que alojó la desnudez primera, la primera presencia de la gracia. Cuando Juan Ramón Jiménez dice: «¿Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero?», no hace otra cosa que renovar la nostalgia del crecido, del que se ve, no sin tristeza a veces, maduro y hecho del todo -¿del todo?- sobre el taller accidentado de la tierra. Así Fray Mauricio de Begoña le dice a Dios en la misa: «Renuevas juventud en cada día, bienvenida te doy.» Este gustoso recibioiento de la diaria juventud es la re– novación del niño rerdido, del niño-dios juanramoniano, del hombre portadcr de Dios; hombre que sabe que ese Dios le va a propor,cíonar juventud con cada nueva ma– drugada... «Sabes que vuelves, aunque tienes que irte.» 15
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