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62 EL PROTESTANTISMO ANTE LA BIBLI.A alguna universidad o facultad competente. Y para enseñar las vercla· des de la Religión ¿no se requeriría autorización o misfón alguna'? Ya en el Antiguo Testamento reproba)Ja el Señor a los profe– tas que osaban predicar al pueblo por autoridad propia sin haber re– cibido misión divina (Jeremías, XXIII, 2; Ezequiel, XIII, 6). Los Apóstoles, reunidos en Concilio, desautorizaron a algunos que predicaban a los fieles sin haberles facultado para ello (Hechos, XV, 24). El Apóstol San Pablo hace notar la necesidad de recibir ele Dios la misión de enseñar el Evangelio: ¿Cómo predicarán, si no son en- 1;iados? (Romanos, X, 15). Nadie, pues, está autorizado para predicar la Palabra divina sin ser enviado por Dios. El mismo Jesucristo es enviado por el Padre y El envía a sus Apóstoles comunicándoles los poderes recibidos de su Padre ce:es– tial: "Como el Padre me envió, también yo os envío·'' {San Juan, XX, 21).' Pero esta misión que el Salvador dió a sus Apóstoles, no debía morir con ellos; debía ser transferida a sus sucesores. Efectivamente, el Evangelio debía ser predicado no solamente a los fieles de :os tiem– pos apostólicos, sino a todos los hombres de todos los siglos. Sin em· bargo los Apóstoles no recibieron el don ele la inmortalidad: de– bían un día morir. Por consiguiente, el ministerio a e1.los confiado debía pasar a sus legítimos sucesores. Y en efecto, la historia demuestra que los Apóstoles transmitieron a otros la misión qüe habían recibido de Jesucristo estableciendo, doquiera predicaoan, Obispos que los reemplazaran y sucedieran '(He· chos, XIV, 22). Después que se ahorcó Judas eligieron a Matías para , que ocupara su lugar (Hechos, I, 15-26). San Pablo instituyó a Timo• teo Obispo de Efeso, y a Tito Obispo de Creta, y en sus cartas a estos fieles discípulos suyos· les encarga que perpetúen su ministerio esta b~eciendo otros Obispos y pastores y les da las normas que deben se– guir para proceder con 'acierto en tan trascendental asunto (1Q, Ti· moteo, III, 2 y s.; V, 17-22; Tito, I, 5-9). A estos testimonios bíblicos podríamos añadir el de los escrito• res eclesiásticos del siglo segundo. San Ireneo (t 202) atestigua que su maestro San Policarpo había sido constituído Obispo por los Após– toles (Adversus Haereses, L. III, c. III, 4). TerWliano (160-240) ase– gura que no solamente San Policarpo, Obispo de Esmirna, sino otros muchos habían sido constituídos Obispos por el Apóstol San .Juan (De prescriptionibus haereticorum, c. XXXII) (1). II. LAS ,SECTAS PROTESTANTES NO HAN RECIBIDO MI SION DIVINA PARA PREDICAR EL EVANGELIO. Ahora bien: los fundadores del Protestantismo, lo mismo que sus actuales pastores, ¿de quién han recibido la misión de predicar el Evangelio? Para refutar a todos los protestantes y demás herejes y cismáti– cos, basta plantearles la cuestión que el gran apologista Tertuliano- I .-Si citamos alguna que otra vez a íos Santos Padres o a los antiguos escrito[es eclesiásticos. aducímoslos solamente como testimonios históricos de la fe cristian1 en los primeros siglos de la Iglesia.

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