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50 EL PROTESTANTISMO ANTE LA BIBLIA de. La Biblia nos ofrece otros casos de inferiores que mandan a su;,; superiores en este sentido. Finees, sumo sacerdote y diez' de los ·prin– cipales jefes ele las tribus fueron enviados por los hijos de Israel a conferenciar con los rubenitas y gaditas (Josué, XXII, 13 y s.) Tam– bién Pablo y Bernabé fueron enviados por los fieles de Antioquía a consultar a los apóstoles en Jerusalén (Hechos, XV, 3). ¿Se dirá que los israelitas trataban a sus jefes como a súbditos y que !os fieles de Antioquía eran superiores a sus maestros en la fe? Volviendo al caso presente, compréndese fácilmente que. hallán– dose los fieles ele Samaria en gran peligro de ser seducidos por los aparentes milagros de Simón Mago, creyeron los apóstoles que !os más indicados para conjurar el peligro eran Pedro y· Juan por su gran autoridad y prestigio. Objeción 3'),: El Apóstol San Pablo reprendió al Apóstol San Pe dro ( Gálatas, IT, 11, 12). ¿Es posible que, si San Pedro hubiera siclo Jefe Supremo de la Iglesia., San Pablo le hubiera reprendido? ¿Re– prendería un Obispo católico al Papa de Roma? Respiwsta.-Esta reprensión de ,San Pablo a San Pedro no puede aducirse lógicamente como argumento contra el Primado de éste, mientras no se pruebe antes que es siempre ilícito a un inferior co– rregir a su superior. "Todo el mundo sabe que es permitido al menor reprender al mayor y amonestarle cuando la caridad lo requiere", escribía San Francisco de Sa~es tratando de esta misma cuestión (1). Reprender a un superior en defensa de la verdad y de la jltc-,ti– cia, pero siempre con el respeto debido a su autoridad, no sólo es lícito, sino que puede ser un deber en determinados casos. En la historia de la Iglesia tenemos varios ejemplos de personas santas que han reprendido a los Papas, reconociendo al mismo tiem– po su autoridad. San Ireneo, Obispo de Lyon, gran defensor del Pri• mado del Obispo de Roma, escribió al Papa Víctor (189-98¡ desapro– bando su resolución de excomulgar. a los Obispos del Asia Menor con motivo de la controversia pascual y consiguió con sus consejos que dicho Papa desistiera de sus propósitos. San Bernardo, no siendo más que un monje, escribió al Papa Eugenio III (1143-53) previniéndole, con apostólica libertad, contra los peligros espirituales a que estaba expuesto. Sin embargo, nadie tuvo mayor veneración por Papa algu- 110, que la profesada por San Bernardo a este Pontífice. Santa Catali– na de ,Sena humilde doncella, instó con ánimo varonil al Papa Grs– gorio XI (1370-78) a que regresara a Roma, haciéndole ver cuán per– judicial era para los intereses de la Iglesia su permanencia en Avi– iíón. ¿Por qué no podía San Pablo censurar la conducta ele San Pe– dro, ,sin dejar de reconocer su autoridad superior? Por lo demás téngase en cuenta que la discrepancia entre ambos apóstoles no afectaba al dogma, sino a una cuestión de disciplina. Convenían ambos ,en que las observancias de los judíos debían ser abolidas. El mismo San Pedro se había opuesto a que los gentiles con- l .-Las controversias. Parte II, cap. VI, art. V. (Obras de San Francisco de Sales, Tomo J, pág. 323, Madrid, 1898).

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