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48 EL PROTESTANTISMO ANTE LA BIBLIA dad cristiana, que San Pedro estableció su sede episcopal en Roma -cuya Iglesia había fundado- y que allí la conservó hasta su mar– tirio en tiempo de Nerón hacia el año 67 de la Era ·cristiana (1). San Ireneo, discípulo de San Policarpo -quien a su vez lo fué de! Apóstol San Juan- escribía el año 180: "Todas las demás Igle– ~ias deben estar de acuerdo con la ele Roma por sn principal digni– dad. la cual tiene por base el haber sido fundada por los Apóstoles Pedro y Pablo" (Adversus Haereses, L. III, c. 3, n. 2). Según este va· lioso testimonio clel siglo II, San Pedro y San Pablo fueron los fun– dadores de ..la Iglesia de Roma. Pero, existiendo ya en dicha ciudad una cristiandad floreciente antes de que San Pablo allí fuera -co· mo consta por la carta del mismo Apóstol a los Romanos (I, 8-13; XV, 20 y s.)- aquel testimonio debe entenderne en el sentido ele que Pe• dro sembró la semiEa de la fe en Roma y Pablo le ayudó a regarla y cultivarla, fecundizándola después ambos con su sangre. El hecho clel martirio de San Pedro en Roma es admitido por los más sabios historiadores protestantes. 1Villiam Cobbett se expresa en estos términos: "San Pedro murió mártir en Roma unos sesenta años después del nacimiento de Jesu– cristo, pero fué reemplazádo por otro y es del todo evidente que la cadena de sucesión nunca fué interrumpida desde esa época hasta nuestros días" (2). Adolfo Harnack, que modernamente ha publicado notables estu· dios acerca ele los primeros siglos cristianos, dice: "El martirio de Pedro en Roma se negó primeramente _por prejuicios protestantes y luego por JJtejuicios críticos... pero hoy es claro para todo investiga– dor lo erróneo de tales negaciones" (3). Ahora bien, de la misma manera que en una sociedad o república, el presidente legítimamente elegido entra como legítimo sucesor del presidente difunto o cesante en posesión de !a dignidad y de todos los derechos del mismo, así también el Obispo que, después de San :Pe· dro, por l~gítima elección ocupa la sede episcopal de Roma, es el su· cesor de San Pedro y está en posesión de su dignidad y de todos sus derechos. Y como San Pedro, a la dignidad de Obispo de Roma, jun• taba el ser pastor y Jefe Supremo de toda la Iglesia, el Obispo de Ro· ma -a quienes los católicos por respeto llamamos Papa_ ( 4), o Santo Padre, título que se refiere no precisamente a sus virtudes persona· les, sino a la sántidad de su cargo- es, en verdad, Pastor y Jefe Su- 1,remo ele la Iglesia ele Jesucristo y Vicario Representante suyo en la tierra. Por tal lo ha reconocido desde sus orígenes la Iglesia, como lo demuestra la historia. A fines de! siglo primero (año 95) hubo algu- ]-Eusebio de Cesarea ( 7· 340) reunió los testimonios explícitos de esre hecho en su Historia Eclesiástica, IL 14 y 25; VI, 14 y 28. 2-Cobbett, Historia de la Reforma Protestante, c. II, N. 4 I (Librería Religiosa, Barcelona). · 3-Harnack, Die Chrono/ogie der A[christlichen Litteratat1, T. I. p. 244 (Leipzíg l 897). Véase también: Lanciani, Pagan and Christian Rome (London, 18-92) ; Fouard, S. Pierre et les. premiéres annés du Christianisme (París, 1893);. Fillion, Saint Pierre, París. J 922); Jaugey, Diccionario Apologético de la Fe Católica (Madrid, 1890). 4-La palabra Papa procede d,I griego y significa Padre.

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