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38 EL PROTESTANTISMO ANTE LA BIBLIA niños, hemos de juzgar que ia gracia de Dios no debe negarse a nin– gún ser humano desde el momento que nace. Si aun a los mayores delincuentes se concede !a remisión de los pecados, con más razón debe ser concedida a los niños que, acabando de nacer según Adán, han contraído, a su venida al mundo, el contagio de la antigua muer– te". Al comentar San Agustín esta decisión del Concilio, hace notar que San Cipriano y sus colegas no establecieron ninguna práctica nueva, sino que sostuvieron firmemente la antigua fe de la Igle• sia (1). II.-DOCTRINA DE LA IGLESIA ACERCA DE LOS NIÑOS QUE MUEREN SIN BAUTISMO.-Nuestro Divino Redentor enseñó la necesidad absoluta de! Bautismo para salvarne cuando dijo a Ni• codemo: "Nadie, si no renace del agua y del Espíritu Santo, puede entrar en el Reino de Dios". Así como el nacimiento primero y na– tural es la puerta para entrar en este mundo, así el nacimiento se•· gundo y espiritual -que se efectúa en el Bautismo- es la puerta por donde entramos en el Reino de Dios. Todo niño, al nacer, contrae e! pecado original (Romanos, V, 12, 18; Efesios, II, 3); por consiguiente, le falta la gracia santificante,. sin la cual nadie puede entrar en el cielo. Según esto, los niños que mueren antes del uso de razón sin Bau• tismo, son privados del Reino de Dios, por carecer de la gracia san, tificante. Sin embargo, no son castigados con pena alguna, porque no son reos de pecado alguno persona!. A esto se reduce sencillamente la doctrina de la Iglesia. Todo lo demás que pueda decirse serán opiniones más o menos razonables. pero nada tienen que ver con las enseñanzas dogmáticas de la Iglesia. A primera vista parece muy duro que los niños, incapaces como son de pecado personal, hayan de ser excluídos de -!a gloria, por no habérseles borrado el original con las aguas regeneradoras del Bau– tismo. Pero, profundizando la cuesti.ón , se verá que no 1hay en esto dureza ni injusticia; es únicamente el resultado de un orden de co– sas establecido por Dios. La felicidad eterna que, según el dogma católico, consiste en la visión intuitiva de Dios, no es natural al hombre; es· un estado sobre• natural al que Dios por su sola bondad nos ha elevado y a que no podemos llegar sino con auxilios sobrenaturales. Dios, sin ser injrns– to ni duro, podía no h~ber elevado a criatura a!guna a la visión bea•· tífica, y establecer premios de un orden puramente natural, ya en esta vida, ya en la otra. De donde resulta que el estar privadas de la visión beatífica un cierto número de criaturas no arguye injusticia ni dure 1 za en los decretos de Dios, supuesto que se habría podido veri– ficar lo mismo en todos los seres raeionales; y así debía haberse ve· rificado en nosotros, si la infinita bondad del Creador no nos hubiese querido elevar a un estado superior a nuestra naturaleza raciona!. Si Dios quisiera elevar al estado racional a cierto número de bru– tos, no haría injuria alguna a los demás; ya que la inteligencia no es natural al bruto, no la exige su nati;.raleza. 1.--Gibbons. The Faith of ouv Fathers, chapter XIX.
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