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LA IGLESIA DE JESUCRISTO ¿Cómo podría Jesucristo, que dijo: "Yo soy la verdad" (San Juan, XIV, 6), permanecer con una Iglesia que se hubiera separado cte la verdad? II.-Los reformadores del siglo XVI, para cohonestar su aposta– sía, aseguraron por su autoridad propia, que la Iglesia Católica, por espacio de ochocientos años, había estado sumida en la noche del error y de la idolatría más abominable. La vera~idad personal de nuestro Divino Salvador y la de los reformadores se encuentran aquí frente a frente, porque El asegura una cosa que ellos contradi.cen. ¿Quién debe ser creído, Jesús o •!os reformadores? No obstante la consecuencia lógica de esta verdad, a muchos, aün entre los católicos, les parece insostenible la actitud que asume la Iglesia al reclamar la infalibilidad. Pero nota bien, amado lector, las consecuencias que se siguen de negarla. Si la Iglesia no es infalible, está expuesta a errar, porque no hay medio entre •la infalibilidad y el peligro de caer en el error. Si la iglesia es falible en sus en¡;eñanzas doctrinales, está expuesta a en– señarte la falsedad en lugar de Ia verdad. En este caso, siempre es– tarás en duda de si lo que escuchas es cierto o falso. ,Si dudas, no pue– des tener fe, porque la duda y la fe se excluyen mutuamente, y así no podrás agradar a Dios. "Sin fe es irnposible agradar a Dios'' (He– breos XI, 6). La fe y la infalibilidad son inseparables. La una no puede existir– sin la otra. El oyente no puede tener fe, si no le habla una autori– dad dotada de un conocimiento tan seguro de lo 'que enseña que le sea imposible incurrir en error, y de una veracidad tan incuestio– nable que fa preserve de engañar a I,os que acepten su palabra. Para creer, pues, se requiere un magisterio infalible. · Admites certidumbre en las ciencias naturales, ¿por qué no la aceptarías en la ciencia de la salvación"?... El marino guiado por su brújula, aun en medio de .la impetuosa tormenta y en la oscuridad de la noche, sabe que está siguiendo el rumbo que !o ha de condu– cir. al puerto a donde se dirige; y para llegar al puerto de salvación ¿nos veríamos privados de un guía infalible, que allá nos condujera? "¡Hijos de la Iglesia Católica, dad gracias a Dios por haberos llamado a: ser miembros de una sociedad en que estáis preservados de .todo error en la fe y de toda ilusión en la _práctica de la virtud! Felizmente no conocéis aquellas dudas perturbadoras y aquella ho• rrorosa incertidumbre que martiri1za a las almas de los qmi no tienen má:s guía que su juicio privado. No sois arrastrados, como nuestros hermanos extraviados, "por todo viento de doctrina" ni "como de– gos conducidos por otros ciegos". No os sucede lo que a aque!los que se hallan en medio de un desierto espiritual cruzado por varios ca. mínos, sin saber cuál seguir, sino que estáis en el camino seguro de que habla Isaías, en el cual ni aun los más ignorantes se perderán (XXXV, 8). En una palabra, gozáis de aquella paz y tranquilidad profundas que brotan de la posesión íntima de la verdad" ( 1). ] Cardenal Gíbbons, The Faith of our Fathers, Dhapter VII, Edit. 43 (1893). Esta obra que ha sido instrumento de muchJs conversiones, fué publicada también en castellano por la Casa Editora Appleton (New York): La Fe de nuestros Pad,:es (1903).

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