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REGLA DE LA FE Hi de la Iglesia, .fortalecidos y recreados con las dulzuras de las Sagra– das· Letras, adquieran la sobreeminente ciencia de Jesucristo''. Antes de la aparición del Protestantismo existían versiones de ,la Biblia, aprobadas por la Iglesia, en :lnglés, francés, alemán, italiano, español (1). La misma Vulgata latina es una-versión de la Biblia en lengua vulgar, cuando ésta era e! latín en el imperio romano. II.-POR QUE LA IGLESIA PROHIBE LA LECTURA DE LAS BIBLIAS PUBLICADAS POR LOS PROTESTANTES.-Pero se nos dirá tal vez: "Si los Papas reconocen que las •Sagradas Escrituras son "fuentes que deben estar abiertas Pªl'.ª todos'', ¿por qué prohiben leer las Biblias protestantes? ¿Acaso no se encuentra también en ellas la palabra de Dios?" Este proceder de la Iglesia obedece a tres razones principalmente: P Porque, habiendo la Iglesia recibido de los Apó1?toles la Bi– blia, sólo ella está autorizada p1ira ponerla en manos de los fieles.– Aun en el orden de las cosas humanas, vemos que ninguna Nación permite la reimpresión de su Código o Constitución, sin la autoriza• ·ci.ón debida. ¿No está, pues, en su perfecto derecho la Iglesia al pro– hfüir la lectura de las Biblias i~ditadas sin su autorización? ¿Y no obran impru(leJ,1temimte los que leen semejantes Biblias para conocer la'~palabra de Dios? Si has de consultar, amado lector, la ley civil, ¿no prefieres el texto oficial de ella a una copia particu– ~ar o furtiva? Pues bien, toma la Biblia, léela, consúltala... pero siem• pre en el texto oficial que te da la Iglesia; ella es, por derecho divi· no, la legítima depositaria de la Biblia y ella sola ha sido autoriza– da para enseñarte la verdadera palabra de Dios. 2\1 Porque no hay seguridad de que la edición protestante con· tenga toda y solamente la palabra de Dios.-Nada más natural que la desconfianza por todas las ediciones protestantes de la Biblia, .como que los que la publican no rec<mocen una autoridad competente pa· ra decidir y definir lo que es palabra de Dios y lo que no lo es. En– tre ellos, cada uno es juez. Lo que a cada uno le parece inspirado, es inspirado realmente para él; y lo que rio le parece, no está inspirado. Así sucede •que un mismo libro· puede ser. inspirado hoy, y mañana dejar de serlo. Puede, pues, un editor, si le place, omitir una parte, o alterarla a su gusto; y como tan autoridad es él como el pastor más encopetado, no hay nadie que pueda impedirle hacer un cambio en el texto sagrado.' · · A-sí sucedió aun con los mismos autores del Protestantismo. "Lu– tero confeccionó una traducción de la Biblia, y Zwinglio, después de revi.sarla, declara que altera y corrompe la palabra divina. Calvino, a su vez, prep·ara otra traducción, y Du1moulin, aunque célebre calvi• nista, encuentra que Calvino altera el orden, violenta el texto 'y aña. de pasajes. Zwinglio hace una traducción propia, y, he ahí que los lqteranos le dirigen los mismos reproches que éJ dirigiera a .Lutero. Oekolampadio y los Doctores. de Basilea también elaboraron una tra• •l Corncly, Compmdium introductionis in Libros Sacros, N? 146 (París, 1914).– Véasc fa obra de J. Jartssen: La cultura alemana antes y después de Lutero (Librería Ro– !igiosa, Barcelona, 1925). Cahas Bíblicas. "Heraldo Seráfico" Car.tago, 19 50.

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