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REGLA DE LA FE 17 to la misión de enseñar, y de la cual vosotros habéis recibido la Bí– ,bfü1, para creer en la autoridad de un traductor o editor sin misión y recibir su palabra humana como palabra divina. 3~ Pero concedamos que vuestra Biblia es auténtica y está fiel– mente traducida. En este caso, tenéis en la Biblia la letra; pero y el sentido, que es lo que interesa, quién decide cuál es el verdadEiro? Porque la Biblia es oscura en muchas partes; San Pedro abierta– mente lo dice: ''Casi en todas sus cartas (de San Pab~o) hay algunas cosas dificiles de entender" (2é/- III, 16). Recuérdese asimismo. (Ü epi– sodio del diácono Felipe y el Etíope (Hechos VIII, 29, 31). Y de hecho vemos que las diversas sectas protestantes interpre· tan en sentido opuesto algunas palabras de la Biblia. Para no citar más de un ejemplo, estas sencillas palabras de Je– sucristo: "Este es mi cuerpo'' Lutero !as entiende en sentido literal, m.ientras que Calvino no ve en ellas más que una figura. ¿Cuál de Ios dos tiene raizón? Sólo puede decidirlo una autoridad superior a la Biblia; Dicen• 1 los protestantes que el cristiano conoce el verdadero sen– tido de la Biblia por la inspiración interior del Espíritu Santo... Pe– ro, ¿quién no ve que esta teoría eleva a primer principio el subjeti· vismo más absoluto? ¿Cuándo y cómo se verifica esta inspiración? ¡,Cómo sabrá el protestante que lo que él cree inspiración del ·EJspíri– '.t;u Santo no es más bien inspiración de su propio espíritu? ¿Cómo $e explican, dentro de esta teoría, tanta diversidad de criterios y de doctrina en las diferentes sectas protestantes? V.-LA REGLA DE FE PROTESTANTE ES CONTRARIA AL ,SENTIDO COMUN.-El simple buen sentido rechaza el sistema pro– testante. Según todos los pueblos civilizados, tod<J código requiere un tribunal que lo interprete y resuelva las dudas a que puede dar lugar. ¿Dónde se vió jamás ley sin autoridad que la interpretase'? ¿En f}Ué país, el más libre del mundo, se deja que interprete cada cual la ley a su gusto? La Biblia -comparable en esto a los códigos- necesita un tri– bunal o autoridad suprema que la interprete en última instancia. Sin la decisión de un juez infalible tendremos tantas interpretaciones cuantos individuos, pues cada uno ve las cosas a su manera. "El libro (decía Platón) es un niño al que se hace decir cuanto uno quiere, porque su padre no está allí para defenderlo". Desgra– ciadamente, esta afirmación es demasiado verdadera tratándose del libro por excelencia, la Sagrada Biblia. ¡Cuántos errores no le hacen {1ecir muchos de los que más se precian de conocerla! No ha habido hereje que no haya pretendido apoyar sus errores en la Biblia. ¡Has– ta el rnismo diablo se sirvió de ella para tentar a Cristo! (San Mateo, IV, 6). ' Pedro, !, 1O)'. Las palabras. por vuestras buenas obras, no se leen en algunos manuscri– tos griegos. entre ellos el ms. Vaticano. Pero se hallan en los códices Sínaítícp (qne es el más antiguo), y Aleíand~,íno (de Oxford): "día ton kalon crgon". Los católicos sabemos P,ºf la autoridad de la Iglesia que estas palabras son auténtica.• y divinamente inspiradas (Concilio Vaticano, sesión tercera,. cap. II, cánon 4).

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