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EL CULTO DE LAVIRGEN MARIA Y DE LOS SANTOS 149 las van reconociendo a medtda que desaparecen en ellos loo prejui, · cios de secta. ' Hace pocos años se fundó dentro del anglicanismo una asocia ción cuyo objeto es propagar la devoción a la Santísima Virgen y re• futar los prejuicios que los primitivos reformadores tenían contra la augusta Madre de Dios. Esta asociación tiene por título Liga An• glicana de Nuestra Señora. En una reunión celebrada en 1918 por los socios de dicha Liga, uno de los más importantes jefes del Partido Liberal en Inglaterra, G. W. E. Russel, pronunció un elocuentísimo discurso que revela la más fervorosa devoción a la Santísima Virgen. He aquí algunas de sus palabras: "La devoción a María está tan íntimamente ligada a la doctrina de la Encarnación del Verbo, que no se concibe la una sin la otra. . Y ¿qué queda del cristianismo si se niega la Encarnación o no se comprende bien? El que no s-2a devoto de la Virgen no merece el nombre de cristiano. No puede· amar al Hijo el que no ama y venera a. la Madre''; "Tenemos estrechísima obligación de defender la doctrina de la E,ncarnación contra los ataques que se le dirijan, vengan de donde vinieren. La oposición al culto de la Virgen es un trasnochado resa– bio de las influencias docinanas y arrianas, es decir, heréticas. La persistencia y el sostenimiento de esas herejías constituyen un peli– gro verdadf.lro para la Iglesia de Inglaterra: Luchemos contra él pro• pagando la devoción a la Madre de Dios y de los hombres". Maria es Madre nuestra Cuando los católicos decimos que María es nuestra Madre, no nos referimos a la vida natural, sino a "ia vida sobrenatural de la gra• cia. Para comprender bien esta doctrina, es preciso tener en cuenta que en los cristianos podemos considerar dos vidas: la natural y la sobrenatural de la gracia. La primera la recibimos de Dios por Adán al venir nosotros a este mundo; la segunda por J e 1 sucristo al ser re– generados en el santo Bautismo. Eva contribuyó con Adán a darnos la vida natural, y la Virgen María, consintiendo libremente en ser madre del Redentor de la humanidad, ha contribuído a darnos la vi– da sobrenatural. María es, pues, nuestra madre en la vi'da de la .gra da, como Eva lo es en la vida de la naturaleza. María ocupa en la obra de la Redención un lug~r equivalente al de Eva en la Creactón. He ahí otra razón: Jesús, con el precio infinito de su sangre, nos mereció la gracia por la cual "somos hijos de Dios'·' (1!J, San Juan, III, 1). Siendo hijos de Dios por la gracia, somos hermanos de Jesu, cristo. San Pablo lo llama "primogénito entre muchos hermanos" (Romanos, VIII, 29). Y el mismo Jesús se dignó llamar a sus discí• pulas "mis hermanos" (San Juan, XX, 17-18). Pues si Jesús es her• mano nuestro y María es Madre de Jesús ¿no nos será permitido de, cir que es también Madre nuestra, no en la vida natural, sino en la vida sobrenatural de la gracia? Tercera razón. Enseña San Pablo que todos los cristianos for– mamos con Jesucristo un solo cuerpo místico; Jesucristo es la Cabe,

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