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124 EL PROTESTANTISMO ANTE LA BIBLIA teo, VI, 11)- tendría su corázón dividido entre Dios y la criatura? 2) Consideremos ahora al sacerdote como director y padre espi– ritual de las almas. Un corazón lleno ele afectos voluptuosos -por lí– cí.tos que se quieran suponer- ¿comprenderá los sentimientos puros y delicados de una virgen cristiana? ¿Se hallará en condición de di– rigirla por el camino de la perfección a que se siente llamada por Dios? ¿Sabrá confortar su corazón inocente combatido por tantos enemigos que continuamente la atormentan? ¿No podría aplicarse entonces a lps directores de estas almas aquel reproche evangélico: "Dicen y no hacen"? (San Mateo, XXIII, 3). , Hablando en general, a la mayor parte de los fieles les repugna– ría tener que confiar a un sacerdote casado los secretos más íntimos de la conciencia, secretos a veces más caros que la misma vida. Un creyente episcopaliano de la High Church -esta Iglesia o secta, ad– mite la confesión voluntaria, o libre- dijo un día a un sacerdote ca– tólico: ""Yo creo en la confesión, pero 110 puedo confesarme con mi Pastor". -¿Por qué? -preguntóle el sacerdote. "Porque él podría contárselo todo a su esposa". Estas palabras no necesitan comenta– rios. Más todavía: el ministro d1~ la Religión debe ser todo para todos, a fin de poder salvar más fácilmente a todos, como de sí mismo de– cía San Pablo (l:J, Corintios, IX, 22). Los lazos del matrimonio ¿no constituirían un serio impedimento para el cumplimiento de este deber?... Encaclenado el corazón del sacerdote por el cariño de su amable compañera, embelesado con las dulces caricias de sus tier– nos hijitos, preocupado ante el porvenir ele su amada familia, ¿ten– dría el valor necesario, casi heroico, para cumplir ]os aeberes ele su ministerio, cuando su cumplimiento pusiera en pe1igro su misma vi– da? Durante la guerra balcánica (1912-1913) y luego la europea (1914- 1918), los católicos de Tracia y Macedonia fueron echados de su te– rritorio y confinados a Bulgaria. Entonces vióse muy claramente cuán ventajoso es para los fü"ies que sus pastores espirituales sean célibes. Los sacerdotes de Macedonia, según lo tolera el rito orien– tal, eran casados y padres ele familia, por lo cual el destierro fué pa– ra ellos y (para sus feligreses) mucho más penoso que para los sa– cerdotes de Tracia que eran célibes. cuando en 1918 1 la terrible grippe hacía tantas víctimas en Europa y en América, refieren algunos pe– riódicos que en varias poblaciones de los Estados Uniaos los pasto– res protestantes huían con sus esposas e hijos por temor al conta– gio; mientras tanto los sacerdotes católicos caían víctimas de su celo asistiendo a los apestados. .Solamente en España pasaron ele trescien• tos los sacerdotes católicos que murieron en aquella ocasión márti· res ele la caridad. Añádase a lo dicho, que el clero casado necesitaría dividir su tiempo, su trabajo y su dinero entre su familia y los feligreses. Debería proveer al sustento de su esposa y de sus hijos y atender a una multitud de cuidados domésticos. Esto naturalmente le obliga, ría a dedicarse a negocios seculares, cuando por .razón ele su minis– terio debe estar exento ele estas cosas (Hebreos, V, 1; 2l/, Timoteo, IV 5).

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