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118 EL PROTESTANTIS.t10 ANTE LA BIBLIA ridad del Espíritu Santo, a combatir conmigo, dirigiendo oracioneis por mí a Dios" (Romanos, XV, 30). Gran número de miembros de la Iglesia -los Apóstoles, los már– tires, las vírgenes y otros santos innumerables- trabajaron y su– frieron por Cristo, con lo cual, atesoraron méritos extraordinarios que ellos no necesitaron para pagar sus propias deudas. La Santísi– ma Virgen María mereció aúri más que todos aquellos Santos; su vida, por otra parte, fué 'purísima sin que cometiera jamás pecado alguno. El ángel la llamó "llena de gracia" (San Lucas, I, 27). Todos estos méritos, en unión con los méritos infinitos de Jesucristo, for– man un tesoro espiritual, del cual la Iglesia puede disponer para satisfacer a la divina Justicia las deudas que sus hijos han contraído con sus pecados. Se comprenderá esto muy bien, suponiendo el caso de algunas personas muy ricas que, al morir, dejan todas sus riquezas a una ,Junta de Beneficencia para que dicha Junta pague, con aquel tesoro, las deudas de los pobres que no tienen con que pagarlas. La Iglesia,, al conceder una indulgencia, saca de su tesoro y nos aplica tantos méritos cuantos son necesar1os para satisfacer por nues– tros pecados. Y así, como observa el Angélico Doctor Santo Tomás: '"Nada se deroga a la Justicia divina, pues la penitencia de uno apro• vecha al otro" (IV Sent., dist. 2, quaest. 1). Esta manera de proceder de la Iglesia -de pagar las deudas de ·sus hijos pobres con las riquezas de sus hijos ricos- es muy con– forme con la economía divina observada por Dios en la Redención del mundo, aceptando la satisfacción que su Hijo Unigénito ofreció por nosotros. Y en la misma Biblia vemos que Dios habría perdona– do a Sodoma pur diez justos que se hubiesen hallado en ella (Géne– sis, XVVIII, 32i, Conforme a esta doctrina, el Apóstol San Pablo, exhortando a los fieles de Corinto a que socorrieran con sus limosnas a los fieles de Jerusalén, les dec1a: "En la circunstancia presente, vuestra abun– dancia supla a la e:;casez de ellos, para que, igualmente, su abim– dancia provea a vuesrra necesidad" (2st Co1:intios, VIII, 14). La abun– dancia (o literalmente: lo superfluo) de los fieles de Jerusalén a que se refiere el Apostol debe entenders de los bienes espirituales que las oraciones de aquellos fervorosos cristianos obtendrán del Señor para los Corint10s, como explica el mismo Apóstol en su carta .a los Romanos XV, 27. IV.-LAS INDULGENCIAS Y LAS ALMAS DEL PURGATORIO. La Iglesia concede indurgencias a los fieles vivos debidamente dis– puestos y a las aímas del Purgatorio. Pero de diferente manera. 1) A los fieles vivos concede la Iglesia indulgencia a manera de absolución judicial, que lleva consigo la satisfacción sacada del teso– .so de los méritos de Cristo y de los Santos. rf De suerte que las indulgencias concedidas a los vivos incluyen dos cosas: a) la absolución ue la pena, según aquello: "Todo lo que desataréis sobre la tierra, sera desatado en el cielo"; y b) la satisfac– ción a la justicia divina. Los Pontífices de la Iglesia no son dueños absolutos que puedan perdonar a los hombres a su arbitrio sin corn-

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