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112 EL PROTESTANTISMO ANTE LA BIBLIA Pero es sobre todo, consolador para los pecadores que se convier• ten a última hora. Andaba muy afligido un joven luterano por haber muerto su padre casi repentinamente en medio de una orgía. En cier• to viaje que hizo para distraerse, contó a un sacerdote católico la causa de su pena, diciendo: "Mi padre no puede estar en el Cielo; por consiguiente debe de estar en el infierno; y este pensamiento es el que atraviesa, como espada ele dos filos, mi corazón". Contestóle el buen sacerdote: "Vosotros los protestantes no admitís más que Cielo e Infierno; pero los católicos creernos además en el Purgatorio. Y ¿cómo sabe usted que su padre, al sentir que se moría, no hizo un acto de contrición y verdadero arrepentimiento de sus pecados, con el cual pudo librarse del infierno y trocar la pena eterna por la temporal del Purgatorio?" Al oir estas palabras cobró aliento el jo• ven transido de. dolor, sintió nacer en su coraizón la esperanza de ver a su padre en el Cielo, y determinó abrazar la Religión Cató· lica, tan rica en esperanzas y divinos consuelos. Por otra parte, el dogma del Purgatorio nos pone en íntima y amorosa comunicación con nuestros amados difuntos y nos da se• gura garantía de que podemos demostrarles nuestro amor aún más allá de la tumba, socorriéndolos con nuestros sufragios. Auµ entre los protestantes, hay no pocas almas que sienten la necesidad de rogar por sus difuntos, no obstante su negación del Purgatorio, porque ni los consideran bastante malos para merecer el infierno, ni habían sido bastante buenos para ir 'inmediatamente al Cielo en la hora de la muerte. Una mujer luterana manifestó no ha mucho en Baltimore (Estados Unidos) que por espacio de varios años había ido frecuentemente a la tumba de una persona amada a rogar por ella con tanto fervor como si fuera católica. El periódico protestante The Living Church, órgano de la Igle– sia Anglicana en los Estados Unidos, en su número del 23 de junio de 1917, hablando de los desengaños que trajo la guerra europea a los protestantes anglicanos, señalaba como el premio la violencia cruel que hacía al corazón de las madres inglesas la doctrina pro– testante que les prohibe rogar a Dios por las almas de sus hijos. De• cía así: "Para las madres que vieron a sus hijos arrancados de su lado \ para ir a morir en los campos de Francia o de Mesopotamia, tenían muy poco interés las sutilezas de los hombres de escuela del protes• tantismo. Rebeláronse, pues, contra esa frialdad doctrinal que les prohibía o limitaba las oraciones por sus difuntos, y se arrojaron a sí mismas y a sus difuntos en los brazos de la misericordia de Dios. Los domingos por la mañana una congregación reunida en templo vestida de luto es un espectáculo muy diferente de las congregacio· nes de cuatro años atrás. Se acabó ya la frialdad convencional de las funciones de los domingos de aquellos años, los cuales constitu• yen ya una época pasada. Si la Iglesia (Anglicana) no podía aliviar la pena de estas mujeres, si no podía dirigir las preces que brota ban de sus corazones de madre, tanto peor para ella. Las madres desoladas hallaban acceso al trono del Altísimo en un lenguaje que no había sido examinado ni aprobado en las casas de convocación (asambleas religiosas). Y toda Inglaterra ha e~hado a un lado a los

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