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EL PERDON DE LOS PECADOS 103 como debieran. Pero ¿qué prueba esto?... Por excelente que sea una med'icina, no usada debidamente resulta ineficaz. Los más sanos ali– mentos que fortalecen a muchos hombres, no impiden perecer a otros. La confesión no es remedio necesariamente eficaz. Exige el con– curso ele la voluntad, del arrepentimiento, del firme propósito, de la energía moral; y sólo en estas condiciones produce sus saludables efectos. , Puede también darse el caso de algún sacerdote que no cumpla bien su deber o abuse de su ministerio. Pero la indignidad del minis– tro no recae sobre el ministerio que desempeña. Porque haya algún médico que abuse de su profesión ¿condenaremos la medicina? 2) Hablando ahora de la sociedad en general, es ciertísimo que. la confesión bien practicada bastaría para prevenir todos los desór– denes y crímenes y fomentaría eficazmente la moralidad pública, base del bienestar social. Con harta frecuencia nos horrorizamos ante los delitos que se multiplican de día en día. Mas yo pregunto, ¿de dónde IJ!roceden esos delitos? Del corazón. En el corazón es donde se engendran todos los , crímenes. D'ice Jesús: "Del corazón proceden los malos pensamien– tos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las pa~abras injurfosas" (San Mateo, XV, 19). El ,emedio, pues, debe aplicarse al corazón. ' Pero ¡,cómo enseñorearnos del corazón? ¿Quién podrá llegar a fas profundidades del corazón para extirpar la semilla del mal que ,en él anida, para hacerlo bueno? ¿Tal v0z las leyes? Las leyes, por sabias que sean, no podrán jamás consE!guirlo. Las leyes podrán opo– ner un dique al torrente de los delitos podrán castigar los actos externos; pero jamás podrán prevenir el mal, ni arrancar del corazón esos pensamientos y deseos que en él fermentan y que a la prJmera ocasión producirán el crimen, en una palabra, no pueden las leyes llegar hasta la raíz del mal. 1 Y aun aquellos actos externos, para· que caigan bajo la acción de la justicia, se requ,iere que de alguna manera sean públicos. Mas ¡cuántas infamias, cuántos horrores se cometen que la justicia hu– mana no puede castigar! Solamente la Religión Católica puede reprimir el mal en su ori– gen, y este poder lo ejerce principalmente en el confesonario. Es allí solamente donde el corazón se descubre tal -cual es: allí el culpable acusa no sólo los pecados externos, sino aun los más secretos, hastu los más simples deseos. Y no sólo se descubren, .sino que además se lloran: no hay perdón posible sin arrepentimiento, Y no solamen– te se lloran, sino que se expían: es preciso prometer reparar el da-

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