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102 EL PROTESTANTISMO A.NTE LA BIBLIA tamente; esto nadie lo niega. Quiere, no obstante, perdonarnos por· ministerio de sus sacerdotes. También podría darnos la vida direc• tamente por sí mismo. Y sin embargo, ha dispuesto que la reciba• mos por medio de nuestros padres. Por lo demás, es un error afirmar que el sacerdote es un hom– bre como los demás. Es hombre, claro está; pero es también sacer.i' dote, y como tal, se halla investido del poder divino de perdonar los pecados. También el juez es hombre como los demás ciudadanos; pe– ro como juez es más que ellos, pues tiene autoridad para juzgarlos. Si con los ojos de la carne vemos en el sacerdote a un hombre, con los ojos de la fe debemos ver en él al representante de Dios (H– Corintios, IV, 1). Con Dios nos confesamos cuando nos confesamos. con el sacerdote, y Dios es quien nos perdona cuando nos perdona el ,sacerdote (San Juan, XX, 23). Beneficios de la confesión I.-Según los protestantes, de acuerdo en esto con los malos ca:-– tólicos, "debe rechazarse la confesión por odiosa e inmoral. Los que se confiesan son los peores". Esto es un error y una calumnia. La experiencia de todos los días demuestra cuán útil es la con– f esión para fomentar la moralidad de las familias y de la sociedad entera. 1) Por lo que se refiere a la familia es imponderable el bien que puede hacer un sabio y prudente confesor con sus exhortaciones y consejos en favor de la paz düméstica, de la fidelidad conyugal y del amor y respeto de los hijos para con su,s padres. ¡Qué notable diferencia entre el hogar donde todos se confiesan y otro donde no se practica la confesión! Los padres, los hijos, los criados... todos ganan con ella. El padre es más fiel a sus deber€'3; la madre es más amable, más sufrida; los hijos más obeGlientes; los criados más honrados y laboriosos. Y al contrario ¡cuántas miserias no se descubren en los hogares donde no se practica la confesión! Unas veces es el padre que vive olvidado de la familia y entregado al vicio; otras veces es la madre que descuida sus sagrados deberes por· atender a la vanidad, o que no sabe llevar la cruz del matrimonio. En cuanto a los hijos, no se busque en ellos respeto, amor obedien• cía; estas virtudes son flores que no suelen criarse en tales hogares. ¡Los qiw se confiesan son los peores! He ahí la insulsa cantinela con que los enemigos de la Iglesia pretenden ridiculizar el Sacra. mento de la Penitencia. ¡Los que se confiesan son los peores! Amado lector respóndeme con franquerza: ¿ dónde se hallan los ladrones, los criminales, los ebrios, los adúlteros, etc., entre los qu,e se confiesan, o entre los que no se confiesan? ¡Los que se confiesan son los peores! "¿Por qué miras -dice Je· sucristo- la mota que está en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ... ¡Hipócrita! echa primero la viga de tu ojo y entonces podrás echar la mota del ojo de tu hermano" (Mateo, VII 3-5). Triste es reconocer que no todos los que se confiesan se portan

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