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98 EL PROTESTANTISMO ANTE LA BIBLIA de la Iglesia, la que no podría cumplir si su Fundador no le hubiera clado el po_der de perdonar los pecados. II.-EL. PODER DIVINO DE PERDONAR LOS PECADOS, CON– FERIDO POR JESUCRISTO A SUS APOSTOLES, SE EXTIENDE TAMBIEN A. SUS SUCESORES' EN EL MINISTERIO SACERDO– TAL-Esto es evidente, si se tiene en cuenta que Jesucristo insti– tuyó los medios de salvación no solamente para los tiempos apos• tólicos, sino para todos los tiempos hasta la consumación de los ¡;iglos. No se diga que Jesucristo habló solamente a los Apóstoles en aquella ocasión, pues entonce:3 lo mismo debiera decirse de otrqs ca· sos semejantes. Así, por ejemplo, sólo a los once Apóstoles dijo Je. sús: "Id, y enseñad a tpdos los pueblos y bautizacllos" (San Mateo, XXVIII, 16-19). S'in embargo, hasta nuestros mismos adversarios sos– tienen que el poder de predicar y bautizar pasó a los sucesores de los Apóstoles; luego lo mismo debe decirse del poder de perdonar y retener los pecados. Igualmente sólo a los once Apóstoles dijo Jesús: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (San AIJ:ateo, XXVIII, 20). Sin embargo, todos los Apóstoles debían morir antes del fin del mundo. Luego en la persona de sus Apóstoles veía el Salvador a aquéllos que debían suceclerles en su ministerio, e:-; clecir, a los OlJiSJJos y sacerdotes (véase el capítulo III). N.i se diga tampoco que a los Apóstoles les fué concedido el don lle lenguas y el de milagros y que estos dones no pasaron a sus suce• ,-,ores. Estos dones extraordinarios nunca fueron considerados como indispensables a la Iglesia en todos los tiempos, como lo son los medios de salvación. Dios concedió a los Apóstoles dichos clones so• lamente com medios accidentales para ayudar a la propagación de la Iglesia en sus principios y los ha concedido también a los varones apostólicos en casos extraordinarios, como por ejemplo: a San Fran cisc:o Javier, apóstol de las Indias Orientales y del Japón; a los San tos Francisco Solano, Luis Beltrán, Pedro Clavel\ Toribio de Mo• grovejo, y a los venerables José de Carabantes y Antonio Margil, apóstoles ele la América espaüola (1). En efecto, ¿cómo sería posible creer que Jesucristo, que tanto padeció por la salvación de todos los hombres, diese en el Sacra mento de la Penitencia el remedio del pecado solamente a los hom– bres que vivían en tiempo ele los Apóstoles y no extendiese su solici• wcl a las generaciones veniclE:ras? ¿Acaso los cristianos que vivirían después ele la muerte ele los Apóstoles necesitarían menos del per dón de los pecados? Por consiguiente, tanto como dure el pecado, esto es, hasta el fin del mundo, tanto debe durar también el reme– clio dado por Jesucristo para el pecado; y, en consecuencia, el pleno 1 .--El milagro es un hecho perenne dentro C:c la Iglesia Católica. Prueba de ello son ]as canonizaciones de los Santos, que se suceden unas a otras incesantemente, En el ~~ño Santo de 1925 fueron cano1Úzados los saccrdote.s: San Pedro CanÍsio, San Juan Endes, San Jn"n Bautista Vianney; y las Vírgenes: Santa Magdalena Poste!, Santa So. fía Barat y Santa Teresita del Niño Jesús. Para que un siervo de Dios sea canonizado rcqiércnse a lo n1cnos cuatro milagro~; obrados por su intercesión y debidamente I coro~ probidos.

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