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.a donde como precursor entró por 'nosotros Jesús, hecho, según el orden de Melquisedec, Sumo Sacerdote para s,iempre (Hebr 6,20), 2) />or tener la razón. de su iwcerdocio en su misma naturaleza. (Cfr Fun lamento inmediato, II-B) La causa del sacerdocio de Cristo no se encuentra en ningún factor de orden humano. Cristo es sacerdote por naturaleza. Por eso tiene un origen eterno, e.s decir: extratemporal, o fundado en un principio que cae fuera del orden y la realidad del mundo, aunque históricamente Cris– to aparezca y realice su sacerdocio dentro de un marco histórico concreto y determinado. ,:.,¡ I cu ., ,,../J ., l . ,Y/ uu· su 11.es1u"reccuua y .Y'Lscens1011- g onosa (Cfr Realidad sacerdotal de la Resurrección-Ascensión; IV-C 2) Además entre ellos son muchos los sacerdotes que se han su– cedido, por cu.anta la muerte les impedía perdurar; mas El, a causa de subsistir perpetuamente,· posee el sacerdocio intransferible. ~Heb 7,23°24) Y cierto, todo sacerdote está día tras día desempeñando sus ;funciones y ofreciendo niuchas veces unos mismos sacrificios que no pueden jamás hacer desaparecer los pecados; mas éste, habien– io ofrecido por los pecados un solo sacrificio d.e eficacia eterna, se sentó a la d.iestra de Dios, aguardando por lo demás a que sus memigos sean puestos como escabel de sus pies. (Heb 10,11-13) .. .el que fue constituído Hijo de Dios con ostentación de poder se– gún el Espíritu de santidad desde su resurrección de entre los muertos. Jesucristo, Señor nuestro (Rom 1,4) (21 ). El hecho de la Resurrección y Ascensión gloriosa tiene un valor de– linitivo en el sacerdocio de Cristo: perpetúa la ofrenda del sacrificio de Cristo en Dios. «No se trata sin duda de sacrificio enteramente nuevo, pues su sa– crificio es único ofrecido al fin de los tiempos, y no. necesita ser reite• rado. (Heb 7,27) Pero si es menester que, aun en su existencia gloriosa, Cristo tenga algo que ofrecer (Heb 8,3), ello quiere decir que el sacrifi– cio de la cruz se acaba en la eternidad y el acto de la oblación del Calva– rio se eterniza en su humanidad gloriosa, acto perpetuamente aceptado por el Padre». (22) (21) Cfr. 1Co 15,20; Ap 5,9; 14,ls. (22) DILLENSCHNEIDER 1 O. C, 1 65.

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