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54 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS ficado. A su vista se deshizo de amor el alma de Francisco y el recuerdo de la Pasión de Cristo se grabó tan profundamente en su corazón que en adelante apenas podía pensar en Cristo crucificado sin prorrumpir en lágrimas y sollozos" ( 69 ). Algún tiempo más tarde hallábase una vez en la ruinosa iglesia de San Damián postrado ante un Crucifijo. De pronto oyó una voz que salía de la imagen del Salvador e inundó su alma de una gracia poderosísima que lo transformó por completo. "Desde aquella hora, refiere Tomás de Celano, la compasión del Crucificado lo traspasó de tal manera, que durante toda su vida llevó en su corazón las sagradas llagas, que posteriormente fueron impresas también en su cuerpo. Los dolores de Cristo estaban siempre ante sus ojos, llenándolos de ince– santes lágrimas. A cada paso se le oía sollozar y no había consuelo para él cuando pensaba en las llagas de Cristo" (7°). Algún tiempo después de la aparición del Crucifijo en San Damián, iba Francisco por el camino que pasa junto a la Porciúncula, llorando y lamentándose en alta voz. Un amigo suyo se le acercó y le preguntó qué tenía. "Lloro la Pasión del Salvador, respondió Francisco, y no me avergonzaría de ir por todo el mundo llorándola en alta voz. Esto lo dijo con tan vivo sentimiento de dolor, que también su amigo comenzó a llorar y suspirar" ( 71 ). Además en todo tiempo procuraba experimentar en sí mismo los sufrimientos del Crucificado. Su más ardiente deseo era hacerse seme– jante al Varón de dolores y en este empeño no conocía límites, morti– ficándose de continuo tanto espiritual como corporalmente. Impo– níase penitencias increíbles, era duro consigo mismo lo mismo en días de salud que en días de enfermedad y nunca se permitía alivio alguno hasta tal punto que a la hora de la muerte se creyó en el deber de pedir perdón al hermano cuerpo, por haber pecado tanto contra él. Cuando se levantaba de la oración, sus ojos aparecían con frecuencia cubiertos de sangre a consecuencia de las amargas lágrimas que había derramado. Pero no sólo se atormentaba con lágrimas, sino que ade– más se privaba de comida y bebida en recuerdo de la Pasión del Señor. También al exterior apareció Francisco como caballero del Cruci– ficado. Su hábito tenía la figura de una cruz y debía ser la expresión de sus sentimientos sobre la cruz, según refiere su más antiguo bió– grafo: "En la cruz quiso encerrarse eligiendo un hábito de penitencia que representara la cruz. Y si bien es verdad que eligió ese hábito por ser el más conforme con la pobreza, más le movió a ello el ver (69) S. BoNAv., c. 1, n. 5. (70) THoM. CEL., II, n. 10 ss.; cfr. ídem, Tract. de mirac., n. 2; Tres Socii, n. 14; S. BoNAV., Leg., c. 2, n. l. (71) Tres Socii, n. 14; Spec. pe1f., c. 92. Cfr. THoM. CEL., II, n. 11.

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