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442 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS "Cántico del Sol" llamó el Santo a este radiante canto ( 74 ). Seme– jante al sol subía ése al cielo y depositaba ante el trono del Creador el tributo' de amor v alabanza de todas las criaturas. "Loado seas, mi Señor, con todas rri's criaturas, loado, loado, loado ... " Semejante al sol este canto debía extenderse por todo el mundo; dondequiera que apareciesen los Frailes Menores, los juglares, los comediantes de Dios, debían entonar este canto para mover a las gentes a servir a Dios y alegrarse en Dios ( 75 ). Semejante al sol, este canto templaba al mismo Fnmcisco infundiéndole serenidad e intimidad con Dios en medio de los más graves sufrimientos; día y noche hizo que se lo cantaran durante las semanas y meses de martirio de su última enfermedad ( 76 ). Y cuando sonó la hora de la despedida, añadió al cántico del Sol la última estrofa sobre la hermana muerte ( 77 ), y en las ondas de su canto de cisne pasó de este mundo al Padre. Pero el cántico del Sol es algo más que el canto de cisne del Santo: es el símbolo y compendio de su vida y de sus ideales. Y a la verdad, ¿acaso no había sido llamado Francisco a ser caballero y heraldo de Dios? ¿Acaso no era cada latido de su corazón un himno de santo a,mor de Dios? ¿Acaso no pasó por la tierra, cantando de palabra y de obra las canciones de gesta de su maestro? ¿No es verdad que todavía en la hora de su muerte amonestó a sus Frailes y discípulos de todos los tiempos diciéndoles: "Nosotros somos los juglares de Dios, que debemos elevar los corazones de los hombres y moverlos a regocijarse en Dios?" (7 8 ) "Así por humildad y amor hizo de su vida un poema, él, el mayor poeta que por entonces vivía" ( 70 ). Esta vida fué un único y no interrumpido cántico del sol, un canto de fuerza tan encan– tadora, de tan dulce melodía, que el mundo falto de Dios y privado de alegría, aun hoy después de siete siglos queda embriagado con él, y en él puede encontrar su curación. Mas este canto que nosotros con el Juglar de Asís llamamos Cántico del Sol, no es más que el final melódico, el último acorde de su vida. (14) Spec. perf., c. 119. (75) Ibíd., c. 100. (76) THOM. CEL. II, n. 117; Spec. perf., c. 121. (77) Spec. perf., c. 122, 123. (78) lbíd., c. 100. (79) HARNACK, Dogmengeschichte, III, 3 ed., 382.
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